jueves, 2 de diciembre de 2010

Ella y el.

Ella lo miró. De alguna manera y sin querer el la sedujo. Ahora que ella se fue es el quien la extraña.

miércoles, 27 de octubre de 2010

La hormiga y el saltamontes.

Nada preocupaba al saltamontes aquel día de verano, nisiquiera la actitud cuadrada y sosa de un grupo de hormigas que trabajaban justo cuando el había decidido descansar. Una hormiga en una actitud que ciertamente recuerda ciertas sectas religiosas se acercó al saltamontes creyendo poder convencerle de trabajar.
-Hola buen amigo -dijo la hormiga- veo que disfrutas este buen día de verano.
-Así es.
-Claro que la madre naturaleza ha dispuesto que las cosas sean hermosas para que nos regocijemos de ellas.
-Así parece -contestó el saltamontes desinteresado.
-Pero has de saber, que esta dicho que esto algún día habrá de terminar y la tierra estará cubierta de nieve, y las hojas de los árboles caerán, y muchos morirán más aquellos que obedecieron se regocijarán.
-Ajá ¿obedecer qué? -dijo con aire de incredulidad el saltamontes.
-La máxima del trabajo claro está. Ahora que descansas bien podrías estar recolectando hojas para los tiempos venideros porqué pronto no habrá más.
-¿Acaso se aproxima una caida sustancial en los mercados futuros de la hoja caducifolia o la organizacion mundial de comercio ha prohibido su comercialización? Ah, ya sé, eres un especulador y estás tratando de acaparar la hoja, sabes, eso es un delito en varios países.
-¿Qué?
-Nada, que escuché eso de un par de humanos y me pareció inteligente decirlo.
-¡Ah!, pero esas sin pequeñeces, lo importante es ser previsor.
-Nah, mirame ahora, como lo que me place, hago lo que me place y disfruto vivir así, tu trabajas y trabajas y trabajas y no disfrutas un momento de tu existencia, si habré de morir mañana moriré feliz.
El saltamontes murió a los pocos días de que comenzó el invierno, al año siguiente la hormiga perdió varias extremidades y no pudo trabajar más, la sociedad lo excluyó, ahora vive de dadivas.

jueves, 21 de octubre de 2010

El mendigo

Cuando niño nunca me percaté de la soledad. Era un concepto desconocido, incomprensible. Entonces murió mi madre, y aun así quedaba mi abuela. Hasta que llegó mi primer novia.


Pero claro, la soledad va más a allá de la falta de una pareja. A veces creo que los mendigos, esos muebles urbanos que a veces gritan a la nada o a veces callan todo han encontrado el balance perfecto en la soledad, los primeros nunca están solos, hablan con seres, quizá de otras dimensiones; los segundos, callados, no miran a los ojos, ya no buscan la compañía de nadie o saben que buscar es vano, callan para si, viviendo al día el trozo que les queda de vida.

Cuando me casé lo hice en un arrebato de soledad, no quería vivir solo. Y aunque no amaba a Diana era peor vivir sin ella, y creo que así fue. La veía como una compañía, pero nunca platicamos por horas, embelesados en nuestra plática, callando porque tuviéramos tanto que decir que la lengua y el tiempo no alcanzara para decirlo todo. Era una compañía, alguien que escuchaba, y nada más. Eso, creo, era yo para ella también.

Hoy murió, mi soledad sigue ahí, nunca me dejó, pero ella ayudaba a ignorarla. El saberla al pendiente de mi, preocupada, atenta me reconfortaba. Y me reconfortaba estar para ella en sus últimos meses, cuidándola, me daba una razón de vida aunque a veces tan falsa como los idolos.

Se que la extrañaré, como se puede extrañar a la nada.

jueves, 7 de octubre de 2010

Cuestión de conocer

Epifanio trabajo muchos años como velador de una fabrica. El día que esta pasó a manos nuevas se le pidió que desempeñara una labor más que implicaba saber leer y escribir. Perdió el empleo.
Unos días después decidió ir al pueblo más cercano y comprar un martillo, con el se alquilaría para realizar trabajos pequeños, quizá podría vivir de ello.
Ese día un amigo que vio su martillo se lo pidió prestado "mañana te lo regreso" confirmó, al día siguiente, al pedir su martillo de regreso recibió la misma confirmación, y al segundo día su amigo le dijo "sabes, lo necesito mucho, vendémelo", y así fue. Con el dinero que obtuvo de esa venta regresó al pueblo vecino por otro martillo, el cual de igual manera vendió.
Un día Epifanio platicaba su historia con otra persona "...y ahora me dedicó a vender herramienta" remató, entonces esta persona le preguntó "¿y que sería de ti si hubieras sabido leer y escribir?" "aun sería un velador" respondió Epifanio con una sonrisa de satisfacción en su rostro.

Adaptación propia, supongo que la historia es de dominio publico, de no serlo ruego a quien lo sepa y lea esto me lo haga saber.

jueves, 29 de abril de 2010

Crónica de una muerte

Ese día por la tarde Mario se enteró que moriría a media noche. Terminó sus labores en la oficina y se dirigió al centro de la ciudad, hizo una parada en una pequeña tabaquería frente al zócalo y compró un paquete de cigarros cubanos. Se dirigió entonces al café ubicado en la mezzanine del Teatro Morelos, pidió una ensalada y un café cargado. Llamó a un par de amigos, y los tentó diciendo que él pagaba la cuenta.
Platicaron toda la tarde mientras tomaban cerveza. Se dieron las nueve de la noche y cada quien tomó rumbo a su casa, Mario manejó hasta su departamento y lo primero que hizo al llegar fue descorchar aquella botella de vino tinto Gato Negro que jamás quizo probar.
Sirvió una copa, y con ella en mano se quedó parado frente a la ventana. Decidió que entonces podría escribir sus memorias, nunca es demasiado tarde, y que mejor que hacerlo en el último minuto.
Siendo las 11:59 encendió un cigarro. Un minuto después exhaló su última bocanada de aire.
Al día siguiente su hermana encontró las memorias de Mario, decían: "Nací, crecí, amé y morí"

viernes, 9 de abril de 2010

Divina visión

Un día, Juan decidió fingir un accidente. Para ello viajó a México D.F. donde compró un collarín ortopédico y una gasa. Mientras se puso el collarín para simular una lesión en el cuello, la gasa la colocó en su frente para encubrir una falsa contusión lacerante.
Lo curioso de todo esto, no es el motivo que lo llevó a montar tal farsa, sino el que escogió para justificar su accidente, el cual improvisó justo en el momento que su mejor amigo, Luis, preguntó por el:
-Como recordarás -contestó Juan- ayer viajé al D.F., y mientras caminaba por el centro histórico hacía el eje Lázaro Cárdenas pensaba en los motivos que podrían precipitar mi regreso, cuando, en ese momento, mi día se inundó con la más hermosa pero inalcanzable visión.
Era trigueña, de aproximadamente un metro con setenta y cinco centimetros de estatura. Su cabello era negro como la más hermosa noche sin luna, apenas sujeto para dejar al descubierto un cuello que incitaba a besarlo. Sus ojos, grandes, eran como la luna llena, ausente de aquella noche de su cabello, pero presente para iluminar su rostro.
Mientras ella se acercaba a mi, caminando, yo pensaba en todas aquellas maneras en como sus labios pálidos, podrían ser disfrutados. Mis ojos, a la vez, comenzarón a seguir ese camino que el Supremo hubiera trazado hacía su pecho, el cual recorría desde la comisura de sus labios, para desfallecer, al final de una travesía propia de los más aguerridos alpinistas, en el valle de su vientre.
Nos acercabamos cada vez más, en dirección opuesta, pero la cercanía, que anunciaba su próxima retirada sólo inquietaba cada vez más, mis agitados pensamientos. Llegó entonces el momento en que su caderas se encontraron tan cerca mio, que, como si ellas formaran un polo magnético, mis ojos se sintieron irremediablemente atraidos hacia ellas, para ser hipnotizados por su incitante cadencia.
Nuestras espaldas se encontraron frente a frente, una vez que cruzamos uno al lado del otro, y yo continué caminando por un segundo, antes de sucumbir a la tentación de voltear y observar el hermoso lienzo de su espalda; apenas al descubierto por aquel discreto escote y salpicado hasta el hartazgo por diminutos lunares, que hubiera deseado tener el privilegio de censar, uno a uno, sólo por el placer de hacerlo.
Para estos momentos, mi cuello ya comenzaba a mostrar signos de increible flexibilidad. Y mientras mi mente divagaba como la de un genial estadista y mi cuerpo temblaba ante la visión de tan sublime y perfecto campo de batalla, dispuesto para las más alocadas estrategías y las más satisfactorias victorias; un demonio, probable artífice de semejante visión, jugó su última carta en este juego, colocando en mi camino un frio, férreo, y cilíndrico poste que al impactar mi rostro provocó este moretón que escondo celosamente bajo esta gasa, y torció a limites inesperados mi de por si retorcido y supuestamente flexible cuello.

Mayo 2008, originalmente publicado en Debrayuela

jueves, 8 de abril de 2010

El postmodernista

Para Marco ser un escritor se había vuelto un propósito de vida. Era quizá lo único que había encontrado para ser él, expresarse, compartir sus ideas y ser celebrado por ello.
Había comenzado a nutrirse para ello, leía a todos los clásicos, tres mil años de literatura desde Homero hasta Dan Brown, con la intención de beber de las fuentes que habían alimentado a la humanidad.
También comenzó a pensar en cual sería su corriente, quizá sería postmodernista, eso encajaba, sonaba nice, inmediatamente después decidió no utilizar palabras extranjeras. No sea que después lo celebren por dar nuevos bríos al idioma castellano.
Quizá podría iniciar su propia corriente, sería premodernista. Demonios, se dijo, eso apesta a postmodernismo.

Para su carrera de escritor se había hecho de varias ideas, ninguna en papel, pero todas vivas, tenía al menos treintaiseis publicaciones diferentes, con nombre tentativo, tema y hasta prologuista. Entre sus obras figuraban ensayos, novelas, cuentos, novelas cortas, cuentos largos, prosa épica, crítica, anticrítica, biografía, autobiografía, poemarios, relatarios y mucho más. Sería el escritor más completo de la lengua hasta la fecha.

Decidió que se lanzaría en grande, irrumpiría en escena con una novela: Senderos de desconsuelo. Un acercamiento a la vida de un hombre de treintaitantos que se encuentra solo frente al mundo y sus absurdos.
Se cobijaría en los grandes de la literatura latinoamericana, Benedetti, Córtazar, Borges, Gabo entre otros. Porqué después de todo, negarles sería como negar la leche materna.

Inició su obra un día de abril, y la terminó casi un año después. No refiero el proceso porque es digno de un guión de película para Woody Allen.

Cuando al fin terminó su novela y la firmó, se sintió completamente realizado. Salió de su casa y se dirigió a tomar un café.
En el camino se encontró con una librería, entró a ver los libros e imaginar como luciría el suyo ahí. Entonces vino la sorpresa. Senderos de desconsuelo, obra de Marco Pinto, publicada en 1956 por la Universidad Nacional.
Demonios, exclamó, supongo que nunca es demasiado tarde para retomar la abogacía.