miércoles, 16 de noviembre de 2011

Los Inmortales

El año es 2025, la ciencia por fin encontró una "cura" para la vejez. Científicos franceses presentaron al mundo Juvenalia, el nombre comercial con el que el nuevo medicamento salió al mercado. Por supuesto el costo de venta era prohibitivo.
Pocas personas al principio creyeron que Juvenalia funcionaba de verdad. Pero lo hacía, para el 2040 era claro que en verdad tenía efectos en contra de la vejez.
Nadie previó lo que sucedería. De repente existían dos clases de personas, aquellas que vivían y morían y aquellas que parecían haberse vuelto inmortales. Éstas últimas concentraron aun más poder, sus vidas alcazaron para lograr lo que jamás antes nadie había podido imaginar y así comenzaron a acumular poder.
El primero de esos hombres fue Richard James Jackson, hijo del senador estadounidense Richard William Jackson. Richard comenzó a consumir Juvenalia a los 30 años, cuando murió tenía una edad biológica de 40 años y real de 140. Acumuló tanto poder en vida que se le llegó a conocer como el cuarto poder. Y se convirtió en el "líder" del club los "inmortales" que tenía apenas unos 3'000 miembros alrededor del mundo, con ellos bastaba para mantener una industría de la juventud, misma que representaba ganancias anuales por 1 mil millones de dólares anuales.
Para la década de 2070 los "inmortales" dominaban el mundo. Sus manos concentraban el 90% de la riqueza mundial. Año tras año cientos de miles de infelices nacían y morían en el muladar en que se había convertido el mundo, así vinieron sobre el mundo cuatro epidemias de peste azul en lo que restó del siglo pasado, y la mortandad fue tan sólo comparable con el apocalipsis. Jamás la población mundial había sido mermada de tal manera, naciones enteras fueron barridas, quedando en vida, en muchas de esas naciones, tan sólo el uno por ciento que era inmune a la peste azul por cuestiones de azar, pero no eran inmunes al hambre.
La población que sobrevivió a la hambruna y a la peste lo hizo para verse convertida virtualmente en esclavos. Claro, tenía derechos, garantías constitucionales y empleos remunerados, pero ni una posibilidad de ser algo más que autómatas al servicio de los "inmortales".

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Aun recuerdo mi niñez en Tlatelolco. Vivía con mi madre en un departamento en la planta baja. Al lado vivía un señor, se llamaba Sebastián, él siempre fue objeto de ejemplo por parte de mi madre -Vas a terminar como Don Sebastián si sigues...-
Era un señor callado, nunca lo escuché cruzar más que algunos Buenos días, Buenas tardes o Buenas noches. Realmente sabía tan poco de él ¿Cómo podría terminar siendo como él si no sabía quien era él?
Algunos años viviendo ahí y nos mudamos a provincia. Jamás volví a ver a Don Sebastián. Terminé la universidad, conseguí un empleo y un buen día, de buenas a primeras, tuve que huir de México exiliado. Vagué por Europa durante lustros.
Durante una corta estancia en España visité una librería. Estuve una media hora, viendo los títulos disponibles hasta que uno llamó mi atención por el nombre del autor: Sebastián Aquino. Era increíble, pensé en comprar el libro, secretamente esperaba que el autor fuera mi vecino. El nombre coincidía, que más da, si no es, al menos tendré algo que leer.
En aquella época necesitaba responder muchas preguntas, todas sobre mi. Pero de alguna manera esperaba que al responder mis preguntas sobre Don Sebastián podría comprenderme mejor, no lo sé, simplemente así era mi sentir.
El libro era una obra autobiográfica. Describía la vida de un hombre miserable, que vivía al día como corrector de estilo de un periódico de la Ciudad de México. De día se peleaba con "chimpancés que apenas logran articular un par de palabras obcenas cuando ven a una mujer pasar" y de noche "buscaba a tropiezos a una puta para coger". En ocasiones dilapidaba su sueldo con alguna "chica provinciana de veinte años, caderas amplias y pechos pequeños, que había cogido en la última semana mucho más de lo que [él jamás cogerá]".
Casi al finalizar el libro, el sabor de boca que este me había dejado era amargo. Lo boté y no continué leyéndolo.

Algunos años después me reencontré con un compañero de escuela en Francia. Él también era exiliado -Dios -exclamé- ¿cuántos más habremos de huir?- Caminamos por horas, platicando del pasado, en verdad que la historia es relativa: él y yo teniamos recuerdos diametralmente opuestos de las mismas aventuras estudiantiles. Así llegó el momento de mencionar a Don Sebastián, -Murió de SIDA- dijo secamente -Nadie jamás se preocupó, el hombre murió solo.
Busqué el libro esa misma tarde. Las últimas líneas decían:
"Jamás comprometí mi corazón, decidí coger con putas porque era la forma más fácil de vivir, lejos de preocupaciones de cortejo o maritales. Trescientos pesos me podían pagar media hora con una mujer que en verdad sabía como hacer un oral. Aunque siempre quise amar, con coger me bastó, era miserable de cualquier manera. Hoy que el doctor me ha diagnosticado de SIDA siento alivio porque sé que esta miseria pronto acabará."