El año es 2025, la ciencia por fin encontró una "cura" para la vejez. Científicos franceses presentaron al mundo Juvenalia, el nombre comercial con el que el nuevo medicamento salió al mercado. Por supuesto el costo de venta era prohibitivo.
Pocas personas al principio creyeron que Juvenalia funcionaba de verdad. Pero lo hacía, para el 2040 era claro que en verdad tenía efectos en contra de la vejez.
Nadie previó lo que sucedería. De repente existían dos clases de personas, aquellas que vivían y morían y aquellas que parecían haberse vuelto inmortales. Éstas últimas concentraron aun más poder, sus vidas alcazaron para lograr lo que jamás antes nadie había podido imaginar y así comenzaron a acumular poder.
El primero de esos hombres fue Richard James Jackson, hijo del senador estadounidense Richard William Jackson. Richard comenzó a consumir Juvenalia a los 30 años, cuando murió tenía una edad biológica de 40 años y real de 140. Acumuló tanto poder en vida que se le llegó a conocer como el cuarto poder. Y se convirtió en el "líder" del club los "inmortales" que tenía apenas unos 3'000 miembros alrededor del mundo, con ellos bastaba para mantener una industría de la juventud, misma que representaba ganancias anuales por 1 mil millones de dólares anuales.
Para la década de 2070 los "inmortales" dominaban el mundo. Sus manos concentraban el 90% de la riqueza mundial. Año tras año cientos de miles de infelices nacían y morían en el muladar en que se había convertido el mundo, así vinieron sobre el mundo cuatro epidemias de peste azul en lo que restó del siglo pasado, y la mortandad fue tan sólo comparable con el apocalipsis. Jamás la población mundial había sido mermada de tal manera, naciones enteras fueron barridas, quedando en vida, en muchas de esas naciones, tan sólo el uno por ciento que era inmune a la peste azul por cuestiones de azar, pero no eran inmunes al hambre.
La población que sobrevivió a la hambruna y a la peste lo hizo para verse convertida virtualmente en esclavos. Claro, tenía derechos, garantías constitucionales y empleos remunerados, pero ni una posibilidad de ser algo más que autómatas al servicio de los "inmortales".
miércoles, 16 de noviembre de 2011
miércoles, 2 de noviembre de 2011
Aun recuerdo mi niñez en Tlatelolco. Vivía con mi madre en un departamento en la planta baja. Al lado vivía un señor, se llamaba Sebastián, él siempre fue objeto de ejemplo por parte de mi madre -Vas a terminar como Don Sebastián si sigues...-
Era un señor callado, nunca lo escuché cruzar más que algunos Buenos días, Buenas tardes o Buenas noches. Realmente sabía tan poco de él ¿Cómo podría terminar siendo como él si no sabía quien era él?
Algunos años viviendo ahí y nos mudamos a provincia. Jamás volví a ver a Don Sebastián. Terminé la universidad, conseguí un empleo y un buen día, de buenas a primeras, tuve que huir de México exiliado. Vagué por Europa durante lustros.
Durante una corta estancia en España visité una librería. Estuve una media hora, viendo los títulos disponibles hasta que uno llamó mi atención por el nombre del autor: Sebastián Aquino. Era increíble, pensé en comprar el libro, secretamente esperaba que el autor fuera mi vecino. El nombre coincidía, que más da, si no es, al menos tendré algo que leer.
En aquella época necesitaba responder muchas preguntas, todas sobre mi. Pero de alguna manera esperaba que al responder mis preguntas sobre Don Sebastián podría comprenderme mejor, no lo sé, simplemente así era mi sentir.
El libro era una obra autobiográfica. Describía la vida de un hombre miserable, que vivía al día como corrector de estilo de un periódico de la Ciudad de México. De día se peleaba con "chimpancés que apenas logran articular un par de palabras obcenas cuando ven a una mujer pasar" y de noche "buscaba a tropiezos a una puta para coger". En ocasiones dilapidaba su sueldo con alguna "chica provinciana de veinte años, caderas amplias y pechos pequeños, que había cogido en la última semana mucho más de lo que [él jamás cogerá]".
Casi al finalizar el libro, el sabor de boca que este me había dejado era amargo. Lo boté y no continué leyéndolo.
Algunos años después me reencontré con un compañero de escuela en Francia. Él también era exiliado -Dios -exclamé- ¿cuántos más habremos de huir?- Caminamos por horas, platicando del pasado, en verdad que la historia es relativa: él y yo teniamos recuerdos diametralmente opuestos de las mismas aventuras estudiantiles. Así llegó el momento de mencionar a Don Sebastián, -Murió de SIDA- dijo secamente -Nadie jamás se preocupó, el hombre murió solo.
Busqué el libro esa misma tarde. Las últimas líneas decían:
Era un señor callado, nunca lo escuché cruzar más que algunos Buenos días, Buenas tardes o Buenas noches. Realmente sabía tan poco de él ¿Cómo podría terminar siendo como él si no sabía quien era él?
Algunos años viviendo ahí y nos mudamos a provincia. Jamás volví a ver a Don Sebastián. Terminé la universidad, conseguí un empleo y un buen día, de buenas a primeras, tuve que huir de México exiliado. Vagué por Europa durante lustros.
Durante una corta estancia en España visité una librería. Estuve una media hora, viendo los títulos disponibles hasta que uno llamó mi atención por el nombre del autor: Sebastián Aquino. Era increíble, pensé en comprar el libro, secretamente esperaba que el autor fuera mi vecino. El nombre coincidía, que más da, si no es, al menos tendré algo que leer.
En aquella época necesitaba responder muchas preguntas, todas sobre mi. Pero de alguna manera esperaba que al responder mis preguntas sobre Don Sebastián podría comprenderme mejor, no lo sé, simplemente así era mi sentir.
El libro era una obra autobiográfica. Describía la vida de un hombre miserable, que vivía al día como corrector de estilo de un periódico de la Ciudad de México. De día se peleaba con "chimpancés que apenas logran articular un par de palabras obcenas cuando ven a una mujer pasar" y de noche "buscaba a tropiezos a una puta para coger". En ocasiones dilapidaba su sueldo con alguna "chica provinciana de veinte años, caderas amplias y pechos pequeños, que había cogido en la última semana mucho más de lo que [él jamás cogerá]".
Casi al finalizar el libro, el sabor de boca que este me había dejado era amargo. Lo boté y no continué leyéndolo.
Algunos años después me reencontré con un compañero de escuela en Francia. Él también era exiliado -Dios -exclamé- ¿cuántos más habremos de huir?- Caminamos por horas, platicando del pasado, en verdad que la historia es relativa: él y yo teniamos recuerdos diametralmente opuestos de las mismas aventuras estudiantiles. Así llegó el momento de mencionar a Don Sebastián, -Murió de SIDA- dijo secamente -Nadie jamás se preocupó, el hombre murió solo.
Busqué el libro esa misma tarde. Las últimas líneas decían:
"Jamás comprometí mi corazón, decidí coger con putas porque era la forma más fácil de vivir, lejos de preocupaciones de cortejo o maritales. Trescientos pesos me podían pagar media hora con una mujer que en verdad sabía como hacer un oral. Aunque siempre quise amar, con coger me bastó, era miserable de cualquier manera. Hoy que el doctor me ha diagnosticado de SIDA siento alivio porque sé que esta miseria pronto acabará."
domingo, 30 de octubre de 2011
Llegaron ya.
"one of these days you and I are going to spend our sunset years telling our children and our children's children what it once was like in America when men were free" Ronald Reagan.Desperté temprano esa mañana, ahora teníamos de retorno el horario regular. No más horario de verano. Preparé mi café, con un dash de leche, y bebí tranquilamente frente al monitor de la computadora.
¿Vería alguna vez caer una bomba atómica sobre el horizonte, desde el balcón de mi casa? Esos tiempos estaban tan lejanos. De alguna manera sentía nostalgia por aquellos tiempos. La guerra fría por aquí La guerra fría por allá, ¡Ya llegaron los comunistas! y llegaron bailando cha-cha-chá.
Sí el temor de los gringos en los 30's fue la llegada de los marcianos, después de los 40's temerían la llegada de los comunistas. No me puedo imaginar un arribo más cómico que aquél de un regimiento entero del ejército rojo invadiendo gringolandia al ritmo del cha-cha-chá.
Seguí pensando. El tiempo se va pensando. Terminé mi café, tenía deseos de más.
Lo consiguieron, los gringos ganaron. Bebía café preparado en una cafetera traída de Chicago. Jamás tuve opotunidad de ver unos de eso aparatosos electrodomésticos soviéticos. ¿Realmente serían tan poco estéticos? quizá eran más funcionales, que más da, la gente no tenía opciones, era una cafetera rusa o era nada. Socialismo puro. Mi cafetera sin embargo quizá era gringa, quizá china, muy probablemente china o quizá taiwanesa, japonesa, no, dudo lo de la procedencia japonesa, esos tipos venden muy caro sus productos.
Seguro era china mi cafetera. Al menos tenía la opción de escoger cafeteras de otras marcas, aunque con las cosas como están, probablemente todas eran fabricadas en la misma galera apestosa en una pequeña ciudad, recien construída, enclavada en alguna parte de la China continental, donde las mismas partes se repartían en distintos modelos de carcasas, cada una con una marca diferente pero en el corazón con las mismas partes. Viva China.
Maldito domingo, me hace divagar demasiado.
miércoles, 1 de junio de 2011
Las palabras
No mediaron las palabras. Había actos más que enunciados. Pero un día hubo una explosión verbal, escrita. En una tarde las palabras dijeron lo que días habían callado. Cuando las palabras no bastaron, fueron los besos y después los mordiscos el medio de comunicación.
Pero el silencio llegó, primero por voluntad de ella, después por confirmación de él.
Pero el silencio llegó, primero por voluntad de ella, después por confirmación de él.
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