miércoles, 27 de octubre de 2010

La hormiga y el saltamontes.

Nada preocupaba al saltamontes aquel día de verano, nisiquiera la actitud cuadrada y sosa de un grupo de hormigas que trabajaban justo cuando el había decidido descansar. Una hormiga en una actitud que ciertamente recuerda ciertas sectas religiosas se acercó al saltamontes creyendo poder convencerle de trabajar.
-Hola buen amigo -dijo la hormiga- veo que disfrutas este buen día de verano.
-Así es.
-Claro que la madre naturaleza ha dispuesto que las cosas sean hermosas para que nos regocijemos de ellas.
-Así parece -contestó el saltamontes desinteresado.
-Pero has de saber, que esta dicho que esto algún día habrá de terminar y la tierra estará cubierta de nieve, y las hojas de los árboles caerán, y muchos morirán más aquellos que obedecieron se regocijarán.
-Ajá ¿obedecer qué? -dijo con aire de incredulidad el saltamontes.
-La máxima del trabajo claro está. Ahora que descansas bien podrías estar recolectando hojas para los tiempos venideros porqué pronto no habrá más.
-¿Acaso se aproxima una caida sustancial en los mercados futuros de la hoja caducifolia o la organizacion mundial de comercio ha prohibido su comercialización? Ah, ya sé, eres un especulador y estás tratando de acaparar la hoja, sabes, eso es un delito en varios países.
-¿Qué?
-Nada, que escuché eso de un par de humanos y me pareció inteligente decirlo.
-¡Ah!, pero esas sin pequeñeces, lo importante es ser previsor.
-Nah, mirame ahora, como lo que me place, hago lo que me place y disfruto vivir así, tu trabajas y trabajas y trabajas y no disfrutas un momento de tu existencia, si habré de morir mañana moriré feliz.
El saltamontes murió a los pocos días de que comenzó el invierno, al año siguiente la hormiga perdió varias extremidades y no pudo trabajar más, la sociedad lo excluyó, ahora vive de dadivas.

jueves, 21 de octubre de 2010

El mendigo

Cuando niño nunca me percaté de la soledad. Era un concepto desconocido, incomprensible. Entonces murió mi madre, y aun así quedaba mi abuela. Hasta que llegó mi primer novia.


Pero claro, la soledad va más a allá de la falta de una pareja. A veces creo que los mendigos, esos muebles urbanos que a veces gritan a la nada o a veces callan todo han encontrado el balance perfecto en la soledad, los primeros nunca están solos, hablan con seres, quizá de otras dimensiones; los segundos, callados, no miran a los ojos, ya no buscan la compañía de nadie o saben que buscar es vano, callan para si, viviendo al día el trozo que les queda de vida.

Cuando me casé lo hice en un arrebato de soledad, no quería vivir solo. Y aunque no amaba a Diana era peor vivir sin ella, y creo que así fue. La veía como una compañía, pero nunca platicamos por horas, embelesados en nuestra plática, callando porque tuviéramos tanto que decir que la lengua y el tiempo no alcanzara para decirlo todo. Era una compañía, alguien que escuchaba, y nada más. Eso, creo, era yo para ella también.

Hoy murió, mi soledad sigue ahí, nunca me dejó, pero ella ayudaba a ignorarla. El saberla al pendiente de mi, preocupada, atenta me reconfortaba. Y me reconfortaba estar para ella en sus últimos meses, cuidándola, me daba una razón de vida aunque a veces tan falsa como los idolos.

Se que la extrañaré, como se puede extrañar a la nada.

jueves, 7 de octubre de 2010

Cuestión de conocer

Epifanio trabajo muchos años como velador de una fabrica. El día que esta pasó a manos nuevas se le pidió que desempeñara una labor más que implicaba saber leer y escribir. Perdió el empleo.
Unos días después decidió ir al pueblo más cercano y comprar un martillo, con el se alquilaría para realizar trabajos pequeños, quizá podría vivir de ello.
Ese día un amigo que vio su martillo se lo pidió prestado "mañana te lo regreso" confirmó, al día siguiente, al pedir su martillo de regreso recibió la misma confirmación, y al segundo día su amigo le dijo "sabes, lo necesito mucho, vendémelo", y así fue. Con el dinero que obtuvo de esa venta regresó al pueblo vecino por otro martillo, el cual de igual manera vendió.
Un día Epifanio platicaba su historia con otra persona "...y ahora me dedicó a vender herramienta" remató, entonces esta persona le preguntó "¿y que sería de ti si hubieras sabido leer y escribir?" "aun sería un velador" respondió Epifanio con una sonrisa de satisfacción en su rostro.

Adaptación propia, supongo que la historia es de dominio publico, de no serlo ruego a quien lo sepa y lea esto me lo haga saber.