jueves, 29 de abril de 2010

Crónica de una muerte

Ese día por la tarde Mario se enteró que moriría a media noche. Terminó sus labores en la oficina y se dirigió al centro de la ciudad, hizo una parada en una pequeña tabaquería frente al zócalo y compró un paquete de cigarros cubanos. Se dirigió entonces al café ubicado en la mezzanine del Teatro Morelos, pidió una ensalada y un café cargado. Llamó a un par de amigos, y los tentó diciendo que él pagaba la cuenta.
Platicaron toda la tarde mientras tomaban cerveza. Se dieron las nueve de la noche y cada quien tomó rumbo a su casa, Mario manejó hasta su departamento y lo primero que hizo al llegar fue descorchar aquella botella de vino tinto Gato Negro que jamás quizo probar.
Sirvió una copa, y con ella en mano se quedó parado frente a la ventana. Decidió que entonces podría escribir sus memorias, nunca es demasiado tarde, y que mejor que hacerlo en el último minuto.
Siendo las 11:59 encendió un cigarro. Un minuto después exhaló su última bocanada de aire.
Al día siguiente su hermana encontró las memorias de Mario, decían: "Nací, crecí, amé y morí"

viernes, 9 de abril de 2010

Divina visión

Un día, Juan decidió fingir un accidente. Para ello viajó a México D.F. donde compró un collarín ortopédico y una gasa. Mientras se puso el collarín para simular una lesión en el cuello, la gasa la colocó en su frente para encubrir una falsa contusión lacerante.
Lo curioso de todo esto, no es el motivo que lo llevó a montar tal farsa, sino el que escogió para justificar su accidente, el cual improvisó justo en el momento que su mejor amigo, Luis, preguntó por el:
-Como recordarás -contestó Juan- ayer viajé al D.F., y mientras caminaba por el centro histórico hacía el eje Lázaro Cárdenas pensaba en los motivos que podrían precipitar mi regreso, cuando, en ese momento, mi día se inundó con la más hermosa pero inalcanzable visión.
Era trigueña, de aproximadamente un metro con setenta y cinco centimetros de estatura. Su cabello era negro como la más hermosa noche sin luna, apenas sujeto para dejar al descubierto un cuello que incitaba a besarlo. Sus ojos, grandes, eran como la luna llena, ausente de aquella noche de su cabello, pero presente para iluminar su rostro.
Mientras ella se acercaba a mi, caminando, yo pensaba en todas aquellas maneras en como sus labios pálidos, podrían ser disfrutados. Mis ojos, a la vez, comenzarón a seguir ese camino que el Supremo hubiera trazado hacía su pecho, el cual recorría desde la comisura de sus labios, para desfallecer, al final de una travesía propia de los más aguerridos alpinistas, en el valle de su vientre.
Nos acercabamos cada vez más, en dirección opuesta, pero la cercanía, que anunciaba su próxima retirada sólo inquietaba cada vez más, mis agitados pensamientos. Llegó entonces el momento en que su caderas se encontraron tan cerca mio, que, como si ellas formaran un polo magnético, mis ojos se sintieron irremediablemente atraidos hacia ellas, para ser hipnotizados por su incitante cadencia.
Nuestras espaldas se encontraron frente a frente, una vez que cruzamos uno al lado del otro, y yo continué caminando por un segundo, antes de sucumbir a la tentación de voltear y observar el hermoso lienzo de su espalda; apenas al descubierto por aquel discreto escote y salpicado hasta el hartazgo por diminutos lunares, que hubiera deseado tener el privilegio de censar, uno a uno, sólo por el placer de hacerlo.
Para estos momentos, mi cuello ya comenzaba a mostrar signos de increible flexibilidad. Y mientras mi mente divagaba como la de un genial estadista y mi cuerpo temblaba ante la visión de tan sublime y perfecto campo de batalla, dispuesto para las más alocadas estrategías y las más satisfactorias victorias; un demonio, probable artífice de semejante visión, jugó su última carta en este juego, colocando en mi camino un frio, férreo, y cilíndrico poste que al impactar mi rostro provocó este moretón que escondo celosamente bajo esta gasa, y torció a limites inesperados mi de por si retorcido y supuestamente flexible cuello.

Mayo 2008, originalmente publicado en Debrayuela

jueves, 8 de abril de 2010

El postmodernista

Para Marco ser un escritor se había vuelto un propósito de vida. Era quizá lo único que había encontrado para ser él, expresarse, compartir sus ideas y ser celebrado por ello.
Había comenzado a nutrirse para ello, leía a todos los clásicos, tres mil años de literatura desde Homero hasta Dan Brown, con la intención de beber de las fuentes que habían alimentado a la humanidad.
También comenzó a pensar en cual sería su corriente, quizá sería postmodernista, eso encajaba, sonaba nice, inmediatamente después decidió no utilizar palabras extranjeras. No sea que después lo celebren por dar nuevos bríos al idioma castellano.
Quizá podría iniciar su propia corriente, sería premodernista. Demonios, se dijo, eso apesta a postmodernismo.

Para su carrera de escritor se había hecho de varias ideas, ninguna en papel, pero todas vivas, tenía al menos treintaiseis publicaciones diferentes, con nombre tentativo, tema y hasta prologuista. Entre sus obras figuraban ensayos, novelas, cuentos, novelas cortas, cuentos largos, prosa épica, crítica, anticrítica, biografía, autobiografía, poemarios, relatarios y mucho más. Sería el escritor más completo de la lengua hasta la fecha.

Decidió que se lanzaría en grande, irrumpiría en escena con una novela: Senderos de desconsuelo. Un acercamiento a la vida de un hombre de treintaitantos que se encuentra solo frente al mundo y sus absurdos.
Se cobijaría en los grandes de la literatura latinoamericana, Benedetti, Córtazar, Borges, Gabo entre otros. Porqué después de todo, negarles sería como negar la leche materna.

Inició su obra un día de abril, y la terminó casi un año después. No refiero el proceso porque es digno de un guión de película para Woody Allen.

Cuando al fin terminó su novela y la firmó, se sintió completamente realizado. Salió de su casa y se dirigió a tomar un café.
En el camino se encontró con una librería, entró a ver los libros e imaginar como luciría el suyo ahí. Entonces vino la sorpresa. Senderos de desconsuelo, obra de Marco Pinto, publicada en 1956 por la Universidad Nacional.
Demonios, exclamó, supongo que nunca es demasiado tarde para retomar la abogacía.